Espacios sagrados, buscados, construídos y recordados…
Alexandra Barrera utiliza el tejido, las fibras para evocar experiencias, paisajes vividos e imaginados.
Las postales de lo experimentado se imbrican con elementos visuales reproducidos en fotografías, estudiados, viralizados por las redes.
Principalmente, la artista recrea texturas, sensaciones y costumbres, puesto que el tejido forma parte importante de la cultura prehispánica.
Una red de historias, momentos y voces que se entrelazan en un relato total.
Reescribir continuamente el pasado creando un palimpsesto: el cambio sucede en forma acelerada y los procesos son cada vez más veloces. Las costumbres van cambiando pero la memoria permanece.
Alexandra Barrera trata de enhebrar en un lienzo-retablo un conjunto de impresiones físicas, sensoriales y emotivas que dejaron una huella, se convirtieron en vivencias, lugares mágicos, o sitios transformados por su visión particular.
Obras-tapices o manifestaciones de lo sagrado
Por otro lado, las obras de Alexandra Barrera pueden ser vistas a la manera de quipus modernos. Los quipus consistían en mapas textiles que demarcaban sitios y símbolos especiales para las culturas precolombinas de antaño.
En la cultura incaica, el quipu o khipu (del quechua khipu, «nudo») consiste en un cuerda de la que cuelgan otros cordeles (a veces centenares o miles) de diversos colores, anudados. Gracias a ellos, los quipucamayocs o especialistas en quipus incas, dejaban constancia de todo aquello que tuviese importancia para la administración del imperio (tributos, censos, cosechas), incluso relatos mitológicos, genealogías de gobernantes o poemas épicos.
Estos quipus también contabilizaban la existencia de las huacas, o espacios sagrados.
Lugar sagrado entendido como montaña, un río o arroyo, un árbol, o también un ídolo de piedra o madera. Es decir todo objeto de adoración y considerado con cualidades espirituales o sobrenaturales.
Alexandra Barrera retoma estas temáticas, materializando ídolos imaginados, pero resucitados del olvido.
Esta exhibición nos invita a reconsiderar el valor de las costumbres que integran nuestra identidad,
o pérdida de ella.
La mirada personal vuelve a tener valor por sobre lo colectivo, global y homogéneo.
Las voces del pasado nos obligan a reflexionar el futuro.
La artista propone una evaluación de lo que es realmente importante y significativo, más allá del cambio pasajero. Volver la mirada hacia la realidad, renovando todos los días nuestro compromiso con nosotros mismos, con nuestras emociones.